Historia de Abolengos 3

Según Aldana, Serafín había muerto por cuenta de un familiar en la misma casa. Lo había conocido en aquellos años en que recién había tomado el club de ajedrez del Capablanca como el sitio de reunión de amigos de la universidad, lugar que desde muy joven había conocido por mi aficción al juego ciencia. Después que tuve que abandonar a Ibagué por cuenta de extraños acaecimientos que me sucedieron en esas extrañas maneras en el que el manipuleo sicológico, al ser víctima de ese extraño complot en el que comencé a figurar en esa lista macabra de los perseguidos por estos imaginarios que eran mis propios compañeros y amigos, como en la lista de aquella pelicula de Dellón, adonde nos narra cómo tiene que ir trás la busqueda de un personaje que se ha apropiado de su identidad, y al que se encuentra cuando juntos van en esos trenes macabros en el que morirán axfixiados en las cámaras de gas por ser judíos. Fueron  trabajos que nunca entendí; pero que  solo hasta ahora cuando milagrosamente ni siquiera morí en medio de esos aquellarres en donde se juntan los miedos impuestos por estos avivatos, que le hacen a uno creer que está en las manos de Brujos, cuando en realidad han logrado descomponer mediante sus sustos la personalidad de uno, para llevarlo a la locura y a la muerte.
Allí en este club conocería a Numa, un vendedor de libros, que me contaría otras historias, en esas juergas de antiguos personajes de una época Bogotana en el Barrio de la Candelaria y en el de Las Aguas, quién de alguna manera, me ha hecho creer que Serafín, aunque solamente hablé con él unas pocas ocasiones, tenía un interés conmigo. Era otro vendedor de libros. Aunque Aldana, y todas esas personalidades extrañas, fueron en su momento los artífices de esta historia que no ha sido más que una de esas extrañas jugadas del destino en donde el complot de estos figurones que aparentando ser ley, por estar pensionados y por trabajar con el gobierno, apenas son esos fantasmas que se ciernen sobre sus vítimas como los chupasangres modernos, en la que consiguen sus casas y su dinero, triunfales. Como reyes terminan pensionados por el Estado, como si  los premiara por cometer sus felonías mediante sus trabajos sibilinos en donde las puticas, los homosexuales, los ladrones y los mercaderes de vicios participan en sus complots orquestados, mientras al final terminan siendo los buenongos, a los que debemos admirar, porque según sus historias uno es el malo de la película. Uno nunca ve a estos personajes como los peores. Más bien, el común de sus vecinos, siempre, siempre...
Así lo contaran estas historias de abolengos, en donde nosotros somos por esas marcas, los malos de los malos.
Los buenongos...
Nadie se imagina lo que son. Irrealidades.

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