Historias de Abolengos 2

Hace unos cuantos años, cuando le pregunté a Aldana(el ejedrecista del Capablanca y del Lasker) sobre Serafín, éste me contó una historia trágica. Y claro que todavía ni en mi cabeza podía entender todo el complot a que fui sometido en la casa embrujada, en un barrio adonde todos resultaron tan buenongos, que yo era el más malo de todos. Un atropellamiento de un carro, una subida forzosa en otro cuando llegaba a altas horas de la noche, por cuenta de unos personajes que a uno le recuerdan a las peliculas norteamericanas sobre la mafia, mientras uno de ellos en medio de esas calles fantasmales me pregunta:
-¿Ud qué hace?
Y como si no supieran nada, después de un buen rato, me hacen bajar del automotor para que me fuera, mientras yo de manera sordida respiraba aquel aire frío nocturno con el que tenía que regresarme de nuevo a la entrada de la casa de donde me habían sacado a la fuerza. Años más tarde, hace poco vería uno de los carros estacionado casi al frente del interior de la casa por su dueño, como recordándome que ese era el que me había partido la pierna cuando yo trabajaba en el Distrito como maestro, carro que estuvo allí estacionado durante más de un año, y aunque unos años antes ya me habían informado con la colocación de otro carro viejo, que ellos eran los que me habían paseado por la ciudad en una ocasión en que llegando a aquella casa, uno de los que me esperaba a altas horas de la noche me diría:
-Súbase.
A empellones me subirían en otro carro. Un carro viejo y destartalado en el que me pasearían hasta el centro por la carrera treinta. En la avenida diecinueve me harían bajar, como si no hubiera pasado nada, no sin antes haberme preguntado que qué hacía.
El carro que me partió una pierna, y que se parecía mucho a aquel que dejaron parueado en aquel callejón durante tanto tiempo, como recordándome: "Con éste te la partimos." Una historia en la que me irían contando los percances vividos después de llegar de Venezuela nuevamente a la casa, todo ido de la cabeza, con varillas en la columna vertebral, y en el cual todos los vecinos de aquel barrio participarían, como si se hubieran ganado conmigo la lotería. Es presumible que sí, porque de lo que se trataba era que me muriera, tal vez con la aunuencia de unos familiares tan buenongos y con tanto dinero, que se parecía mucho a lo que un tío en San Victorino me dijo en una ocasión:
-Con el dinero sobrino, uno llega adonde quiera. Hasta el cielo.
Yo casi lo estuve en sumomento. Tal vez por éso escribí y corregí un relato que en "La Leyenda del Dorado" lo llamaría "El Laberinto". Tal vez, porque siempre he intuido que unos imaginarios siempre me quisieron matar desde joven, muy solapadamente, a pesar que durante años he estado viviendo una extraña pesadilla, en la que hasta los ladrones han salido a ver qué pescan en ese río revuelto de granujas.
Incluso hace unos tres años mediante un correo me enviaban una foto de un jeep del que antes posiblemente fué dueño el vecino que vendió aquella casa maldita, a la que yo llamo infernal. En esos correos me recordarían que había trabajado en la escuela Boyacá en Ibagué con el director Pino, y que allí la hija de un agente se había convertido en mi novia para que le aprobara su experiencia en la Normal. Un año anterior en Picaleña, con el director Reyes, iríamos a ver de dónde había partido una balacera, y nos habíamos encontrado con un gendarme que había instalado su poligono personal justo adonde todos teníamos que estar ese día con los alumnos en deportes. Una historia que para mi es como si uno estuviera pagando unos platos rotos ajenos, por cuenta de otros.
Recién llegado a aquella casa, otro de esos personajes pensionados y ajedrecistas amigo del anterior, me propuso un negocio. Tenía un garage en arrendamiento, pero que por su oficio, estaba aburrido, y allí había un buen billete.
-Mídásele, me dijo. Aquí tiene un buen billete. Llegan muchos carros de noche, y además no es peligroso.
Si no es por una vecina(Lucía) que trabajaba con el ministerio de educación en el ICCE, quien tuvo un extraño accidente en su casa, en donde murió un hermano médico recién llegado de uno de los paises socialistas mientras departían, me dijo que no hiciera ningún trato porque a aquel personaje le iban a hacer un lanzamiento, y porque en realidad se había apropiado de un terreno oficial adonde hoy queda una estación de policía muy importante en Bogotá. Me quería meter en problemas, y de paso robarse una plática, muy poquita claro está.
Hacía pocos años yo había tenido un negocio en el barrio de "Las Colinas" con un socio que me consiguió un familiar cacharrero(Jaime) porque quería ayudar a este paisano que estaba en la mala.
No sé si me han entendido. Todas estas historias que pasan de más de treinta años, ahora terminan en concordancia con la historia de un extraño abolengo que tengo de persecución, que todavía no termina. Después, en una noche que me fui para Ciudad Jardin del Sur a descanzar en una habitación que le pagaba a Rodrigo Espitia, unos agentes deciden llevárse la báscula con que pesabamos los productos comestibles, porque según ellos, esa balanza estaba alterada.
La acababa de comprar. Y estaba acreditada como en su tiempo, con una garantía de un año. Me tocó ir a reclamarla en la escuela que funciona allí a la entrada de aquella loma, no sin antes reconocerle a uno de los agentes una pequeña ayuda por su colaboración. Debí salir después de algunos meses de aquel negocio, porque en una noche fuí drogado en una tomata en aquel barrio en donde casi me matan. Estas son apenas una cuantas historias en esos abolengos que uno tiene de persecución, porque es muy raro que a uno durante años y años de años a uno le sucedan semejantes cosas.
Ya lo he contado en este mismo blog, cómo me sucedieron en Bogotá unas situaciones personales que pudieron ser mortales, pero como en "La Naranja Mecánica" yo terminé convertido en una especie de conejillo de indias, en la que casi me creo que yo era el peor de los congéneres con una moral bien baja, e ido de la cabeza, mientras en la calle me gritaban y me vaupuleaban los vociferantes trogloditas que no son más que ladronzuelos de medios pesos tratando de que me muriera rápido, o me enloqueciera.
En Ibagué en esos años en que los estudiantes y profesores protestaban, y unos amigos que hablaban tan bonito, con esas apariencias de redentores, trataban por todos los medios que yo fuera su mentor. Imagínense. Gustavo G. , un compañero policía y de estudios en la Normal, cuando realizábamos unos cursos para los bachilleres que queríamos seguir ejerciendo la docencia, y que tiene el mismo apellido mío, me sugestionaba con el cuento de que yo estaba siendo perseguido. Aunque claro que de acuerdo a lo vivido, parece que este tipo de personajes tienen la costumbre de hacer estas de prácticas para enloquecer a las personas, y que mediante el alcohol y el miedo a cualquiera se le puede provocar el delirium tremens. Ya con ésto, la persona queda expuesta a escuchar voces, a ser pisoteada porque cualquiera puede hacer con ella lo que quiera, porque su mente está extraviada y fácilmente sugestionable. Y si tiene los nervios demasiados crispados, lo pueden inducir a que se suicide, o que otro le dé su ayudita para finiquitarlo de este mundo. De acuerdo a su temperamento éste se le puede manipular. Y claro que hay que decir que con estos cursos los bachilleres homologábamos los titulos de bachilleres a las de Normalistas.
Algo parecido me sucedería en Bogotá en una organización de jovenes políticos.
-No vaya a Ibagué, que están colocando bombas.
El amigo gendarme y los otros amigos que lo enviaron debieron de burlarse de lo lindo. Y en Bogotá también.
Con el tiempo entendí que se estaban tratando de inducirme el delirium tremens, no sin antes desgraciarme. Miguel A me drogaría en el Príncipe, cuando yo estaba dispuesto a irme con una empleada... y después de haberme tomado tan solo dos tragos.
Para no ir ahora más lejos, ahora tengo que darle frecuentemente limosna a ésta, en agradecimiento a lo que se prestó para que aquel amigo me drogara, y de pronto puede ser que por esos designios de mi Dios hoy esté pagando por lo que me hizo.Claro que en esta última historia no creo. Es un decir. Una extraña marca que con ella, en adelante seguiría siendo vitupeareado por estos holgazanes hasta el día de hoy. En realidad éso es lo que son.
Así son estos abolengos. Son consecuencia de la miserableza de unos personajes que para mí actuaron por cuenta de otros. No sé. En la carrera 12 entre calles 11 y 12 de San Victorino, adonde Chepito(un primo de mi papá que tenía una cacharrería), casi enseguida de la Papelería de D´Naranjo, y también en unos billares de la calle doce, al pie de una sombrería y al frente adonde esta el Bienestar Social de la alcaldía de Bogotá, Memín(cuando yo estuve ido de la cabeza) me echaría unos cuentos extraños, como si alrededor de éstos girasen extrañas condiciones que llaman en los legados:"Claúsulas Resolutorias", mientras que mi papá unos años antes ya me había quitado las ventas que me había dado en las calles de Bogotá sobre sus mercancías que tenía en la cacharrería Santafé.
En esos mismos años sería docente del Distrito, en Villa Gladys(Engativá), en una escuela muy famosa en la que presté sus servicios y adonde mis alumnos fueron unos de los mejores de su tiempo, aunque así como en Ibagué podrían decir otra cosa, aquellos a los que para mí considero rufianes de medio peso, un profesorsucho participaría en una de esas extrañas maneras de hacerlo aparecer a uno, no solo como bobo sino como degenerado, y ante aquella situación tan bellaca de cobardía y de complot, decidí que no tenía porqué volver a dicha institución. Preferí abandonar el magisterio porque estaba hastiado de semejantes componendas que habían comenzado en Ibagué y de las cuales estos imaginarios eran partícipes. Bribones, digo yo, porque nunca trataron con un delincuente y un degenerado. Ese profesorcito, dizque un dirigente del sindicato de maestros hizo que abandonara en cierta medida lo que en realidad yo ya no quería. En Ibagué hace unos años, después que tuve que abandonar la casa embrujada porque "Ojos Azules" y la componenda de malos vecinos imaginarios, me lo encontraría en San Simón vociferando como si su teatro pudiera ser el mejor. Valdría la pena averiguar el nombre de aquel personaje en el Distrito, para saber si en realidad ha hecho parte desde siempre de la persecución a que he sido sometido. Así se comprobaría que por más prepararados que sean, no fueron más que unos bribones que aparentando ser ley, no eran más que unos vulgares ladronzuelos que entre bambalinas actuaban por cuenta de unos imaginarios tratando de solidarizarce con unos comerciantes que creían tener en entredicho un legado, y que de alguna manera en medio de semejantes porquerías de vigilancias privadas y oscuros mercaderes imaginarios de ley, trataban a su manera de sacarlo a uno de esta vida, justificando con sus mentalidades macabras, las verdaderas carroñas que eran. Y el autor lo dice, porque si lo intentaron matar por el solo hecho de estar vivo varias veces(aunque no hayan pruebas), y además haber sido objeto de desmanez por cuenta de esto personajes, porqué no decirlo ahora.
Espero que con el tiempo, tal vez no nos cuenten otras historias. Yo sin embargo digo, que durante muchos años de años, he estado en las garras de delincuentes.
Hoy, al terminar este blog(31 de diciembre del 2010) en horas de la mañana, cuando iba por la carretera de la Vuelta del Chivo(avenida diecinueve en Ibagué), un monito me sale y me pregunta, como si me conociera:
-¿Mi Rey, qué busca?
Por esa misma avenida estaban pasando los agentes de seguridad que ese día estuvieron custodiando dichas calles, cuando ya casi llegaba al puente del Yuldaima.
-Tranquilo, que voy para allá, señalando hacia adonde hay una estación policial. Le dije.
Este siguió andando, mientras sezgadamente yo lo miraba porque intuía que se devolvería, y a pesar que el amague que hice de querer pasar la avenida adonde los carros iban y venían, me siguió mientras yo calculaba en qué amomento se me arrojaría sobre el maletín. Lo dejé. No hice nada para impedirlo. Quién se va a medir con uno de estos forajidos de calle que a uno lo conocen sin saber por qué. De un manotón trató de apergollarme por el lado adonde llevaba mi maletín de paseante, y en tono amenazante me gritó:
-¡Sapo!
Ya antes otro me acaba de decir, unos cuantos metros:
-Vino a morirse.
Mentalmente yo les respondí:
"Aunque nos dé miedo no nos asutan. O tal vez nos muramos. Estas historias hay que contarlas, así como las que siguen.
¿En verdad no creen que soy un autista comunicativo?
A plena luz del día, y en medio de comerciantes y testigos que estaban ahí sin darse cuenta de lo que este personajucho trataba de hacer. No venía por el maletín, sino tal vez por otra cosa. Tuve que evitarlo andando rápido y entendiendo su mensaje.
Un mensaje de otros. Un mensaje que sin embargo no es más que una picardía urdida hace más de cuarenta años, porque en situaciones similares las he vivido aquí y acullá.
Y coincidencialmente muy parecida a una situación que me sucedió en la madrugada del 25 de diciembre del año anterior, y que el embrujado la contó en su momento en Crónicas Gendarmes.
Estas son historias de abolengos. Desgraciadamente macabras. Veamos otras que me han tocado, o que simplemente otros me contaron, aunque tal vez no sean ciertas.
No me crean. No sé. Pero así son estas historias de abolengos. Estas giran alrededor de bienes ajenos, y de poderes por los cuales los hombres se matan, o matan.
Tal vez nos digan esquizofrénicos o mentirosos. O calumnadiores. Nuestra obligación es contarlas.

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