CASIMBA(continuación 2)

La historia de esta perrita es muy sencilla. Según su dueña se la encontró por la décima con décima en una de esas salidas que hacía muy temprano de la mañana, toda feita y sucia como lo son todas estas especies que no tienen un amo conocido, y que a fuerza de su sobrevivencia se consiguen su comida peleándose con otros de sus congéneres. Al ver su futura dueña que se apegó a la amistad que le brindaba con un mendrugo de pan que siempre tenía como costumbre para repartir entre las palomitas, o ha todas estas especies abandonadas en el frío cemento de esta urbe, decidió llevársela para la tienda que todavía tiene por la avenida sexta donde la cuidó y creció como todos los animales que reciben el cariño y el cuidado consabido de sus amos.
Allí creció e hizo su historia alrededor de todos los peatones y clientes de su establecimiento.
Y sin embargo, así como la conoció deambulando por las calles, ésta se perdía durante días y meses para regresar de nuevo adonde la cuidaban fielmente. Su costumbre era la de llamar la atención, pues al fin y al cabo nada le faltaba. Remilgada, digamos. Muy parecida a la de aquellos humanos que teniéndolo todo no se acostumbran a estas situaciones, sino que deciden hacer sus propias aventuras para que la dureza de la vida en esas calles de malas muertes les recuerden que tienen que regresar adonde los protegieron y cuidaron. Casimba, según entiendo se salvó hasta de los recogedores de perros que se los llevaban para la perrera distrital, adonde tenían que morir si no había quién los reclamara. Según dice la leyenda, hasta muy hábilmente supo evitar que fuera cazada por éstos perreros que con sus redes trataban de conseguir que estos callejeros no anduvieran más por ellas.
Casimba como siempré los esquivó. Había aprendido de las calles los resabios de la sobrevivencia. Es más, cuando olía que un habitante de la calle con sus consabidos vicios rondaba muy cerca del negocio de su ama, o ladraba o se les lanzaba para que sus putativos dueños no fueran víctimas de estos méndigos que se habían convertido en harapientos y en viciosos.
A pesar de todo, su dueña no solo se preocupó por ella toda su vida, sino que todos los clientes que tenía le decían a dónde estaba.
Sí en el negocio era conocida por ponerle una de sus patitas delanteras sobre el cliente que había escogido para que le brindará un suculento pedazo de salchichón, o un pán por esta actuación, en las calles todo mundo sabía que su libertad de saber andar y esquivar los carros y los méndigos era la hacía que llamara la atención.
Pero su primitiva dueña de nacimiento, con la que secrió en los primeros días después de ser parida por su madre, vivía cerca. A unas cuantas cuadras digamos. Y también tenía su negocio.
Un negocio que no florecería, porque por aquellos destinos del gobierno, tendría que desaparecer para continuar con la avenida sexta hasta la décima, en la que muchos dueños de sus casas tuvieron que abandonarlas para que el progreso de la Bogotá que siempre cambia continuara.
Su primitiva dueña también lo haría, ya que su negocio estaba establecido en un local arrendado. Y en esos infortunios de la vida, ella a diferencia de su dueña putativa, había terminado por tener una caseta en una calle(carrera) muy conocida de Bogotá, que terminó por reemplazar a la que se le dijo en su momento "El Cartucho", una calle que en su época representó prosperidad, y que con los años socialmente fue decayendo porque los prestamistas se fueron, los parqueaderos de las flotas de los buses se ubicaron en otros lugares para terminar establecidos en donde hoy es el terminal de de transportes de la ciudad, y porque todos los otros negocios de cafeterías teminaron por irse, para que allí se fueran concentrando todo los rezagos de la pobreza con sus vicios, en la que según entiendo el olor nauseabundo desaforado de los que habían caido a estos extremos de la indigencia se impusiera, por cuenta de otros comerciantes que con ellos hicieron que toda una ciudad compartieran con esa convivencia málsana en las que las autoridades y los gobiernos de turno, se hicieran los de la vista gorda. Y así fue como en esta parte de la ciudad se convirtió en el hacinadero de todos los vicios.
Cuando el gobierno distrital, en esos proyectos que duraron más de treinta años en estudio bajo los diferentes alcaldes que al vaivén de concejales y mercaderes de toda laya, decidieron que allí tendría que generarse una ciudad diferente con el advenimiento del nuevo modelo de transporte colectivo del Transmilenilenio y de la nueva era que ahora se le llama el transmilenio, ésta calle despareció con todos los inquilinos que ésta había creado a traves de tanto tiempo, y los trasladó a otro sitio más reducido y peor, con la comnivencia del mismo gobierno y las autoridades de turno.
La primigenia dueña de Casinda terminaría allí, en una calle muy nombrada y reducida al escarnio público. La calle del Bronx, que terminaría por afectar a todos los comerciantes aledaños, aunque allí en ese sector tan popular se le conoce como el mayor reciclador de todos los automotores robados, a los que comunmente los llamamos los deshuesaderos; y aunque podría ser un falso sofisma de distracción ya que allí también llegan los repuestos de otros países, y en especial de los Estados Unidos de los carros que ya no son usados por estos extranjeros.
Algo que podría suceder con el renombrado pacto del T.L.C., en el que posiblemente todo lo que la ciudadanía estaudinense no utilisa en el consumo de los pollos, como las alas, las visceras y las patas, llegarían a tan bajo precio, que arruinaría muy posiblemente a otros muchos comerciantes de nuestro país.
En esa escala del nivel social, Casinba terminaría como su primitiva dueña, arruinada y frustrada. Su estrato sicológico y social no la abandonaría. Su otra dueña, que también la sostuvo durante muchos años me contaría su historia, como si en realidad hubieran otros que quisieran contarme otra historia que habían fabricado. Aunque también esta última, en casi nada se diferencia de la primera, pues sus mentalidades son muy parecidas.
En esos mundos de mecánicos de calles, de lustrabotas, de vendedores de tintos, de prostitutas, de choferes y dueños de automotores, muy cercanos adonde la policía tiene el mantenimiento de sus automotores en el Eduardo Santos, y adonde personas honestas también conviven con esta situación en la que también las gentes de bien tratan de sobrevivir. La Casimba del cuento moriría toda sonámbula y drogada, abstraida de la realidad, en un sector en el que las autoridades y el gobierno conviven con dicha situación; mientras los vecinos laboriosos de comerciantes y empleados terminarían abandonando el sector, o se lo cederían a ese pool de los mismos dueños de tierras y de vigilancia privada que terminaron convertidos en los nuevos propietarios, bajo la apariencia de la modernidad, y en la que los mismos dueños de esos centros comerciales las hacen valorar.
Así terminaría Casimba. Y su dueña putativa me lo contaría.

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