Casimba

No me va a creer. Esta es la historia de una perra. Es el pretexto para poder contar la historia de los abolengos. Yo no sé si el que lea ésto valora la vida de los animales, y en este caso la historia de una de las especies que durante miles de años ha acompañado al hombre en su lucha por la sobrevivencia. Casimba era una perrita que cuando ud. entraba a un negocio de una señora, ella como buena rebuscadora de la calle, se le acercaba y lo intimaba a que tenía que darle algo de comer. Ya sea un mendrugo de pan o un pedazo de salchichón. Se le acercaba y lo olfateaba como si estuviera tratando de descifrar quién era el que había llegado al establecimiento de su dueña, y y si su olfato la convencía que podía pedirle lo que quería, comenzaba a moverle la cola, a gemir, y a colocarle una de sus patas delanteras sobre las piernas, y en esa posición se quedaba hasta que lograra su cometido. Un pan, o un pedazo de salchichón. Su dueña lo sabía. Y para casimba su olfato le decía que con este cliente adonde había colocado su pata delantera, tendría su suculento alimento. No así lo hacía con los que sabía que no le iban a dar nada. O con los que asociaba a su instinto de que eran personajes que amedrentaban tanto a los animales como a los humanos. Esta es una historia que me hace recordar otra que viví hace más de treinta años cuando tenía la costumbre de ir con unos amigos a tomarme unas cervezas en el barrrio Santafé, adonde un señor que con su negocio sostenía sus hijos estudiando en la universidad Nacional. Era un tendero que además de conocer la Bogotá antigua, con su voz ronca alegraba el recinto para que sus clientes no solo se sintieran como en su casa, sino que además regresaran a comer la consabida fritanga que preparaba su señora, y a paladear la cerveza mientras los mecánicos y vecinos compartían con uno la sencilles de la vida cotidiana en el barrio, que para muchos era considererado uno de los más peligrosos. Frecuenté aquel negocio durante muchos años. Muy a pesar que a veces salía a acompañarme, o mandaba a alguno de sus hijos o sus clientes para que a uno no le sucediera nada en esas calles que seguramente no todos andaban a esas horas de la noche. Nunca me pasó nada. En una de tantas idas y venidas a aquel negocio, una noche en la que la fritanga se había acabado yo tuve que acudir a una caseta que estaba sobre la 23, llegando a la décima para satisfacer el paladeo de lo que no había podido cosumir en aquel negocio y en el que se podía hablar de política o de literatura con unos personajes que más bien parecían irreales, como salidos de una novela, y con los que se podía disfrutar de sus sueños y los ideales de vivir mejor con sus familias. Sueños que todos tenemos, pero que en la vida real muy pocos logran conseguir esas ilusiones. En fin, las vidas de personas comunes y corrientes que con sus trabajos hacen que otros vivan mejor, y que muchos colombianos nos sintamos que hay muchos haciendo patria de manera sencilla sirviendo a la gente con sus oficios.

Comments

Anonymous said…
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