Las irrealidades de lo absurdo

Películas como "Tarde de perros" con Al Pacino, o "Perdidos en la noche" con John Voight y Dustin Hofman, nos parecen tan irreales que solo en el absurdo de los imaginarios de Ionesco, podemos intuir que en las grandes urbes la desesperanza y la crudeza del individualismo en una sociedad como la que vivimos no son meras fantasías; y lo que nos narra "El padrino" de Mario Puzo, tan solo lo podemos suponer basados en lo que nos han dicho los medios de comunicación sobre la Cosa Nostra. O porqué no 1900 de Scorsee con Robert de Niro. Pero retrotraigamonos a nuestra juventud en los años como en el caso mío yo era un colegial que iba frecuentemente a la casa de Germán T a estudiar, adonde por debajo de las bases de las casas de los vecinos el padre Hidrobo se les metía en su obsecada labor de constructor como si así pudiera prolongar su existencia. Más allá de la realidad. Tal vez su propia historia. En una enramada del patio de ésta, nos poníamos a hacer las tareas, mientras otros amigos suyos llegaban a hablar sobre sus realidades en una ciudad que parecía más bien que dormitaba entre el universo que desaforado ya se había instalado en el sueño de millones de personas en el mundo con el desarrollo de nuevas tecnologías y que con sólo venir a Bogotá, se comprendía que en la urbe de moles de cemento el quehacer cotidiano de la vida era muy agitado como el de las películas que que acabo de mencionar, o el de otras tantas que vimos en su momento. Dichos amigos venían con sus historias que con el tiempo, en lo intrincado que parecían ser su mundos personales se termina por entender una realidad personal que uno no comprendía, pero que a fuerza de los hechos uno va armando una trama como para escribir una novela por que estos personajes ya no existen o andan por ahí desprevenidos en medio de una sociedad desarraigada de nuestros valores sociales; y éstos precisamente sólo pueden habitar en el universo personal del que lo escribe.
Estábamos como digo, estudiando, mientras su mamá dormitaba en la otoñez de su vida; retozando una vejez que se la merecía, cuando en una de esas tardes el griterío que provenía de una calle que normalmente era solitaria y que alejada del ruido de los carros o los peatones en donde el tiempo que parecía aletargado, solo en los días festivos se podía escuchar el romerío de las personas o los automotores que irrumpían para tomar una carretera que bajando zizagueante iba a seguir hasta la que llamamos hoy la del cañón del Combeima, y que nos lleva hasta el nevado del Tolima. El vocinglerío nos obligó a salir. En una de las casas de al frente un extraño caso había sucedido. Un bebé extraviado. Una abuela al punto de enloquecerse porque no lo encontraba, y una niña que le ayudaba a hacer los oficios con el cuento de que un duende la perseguía, aduciendo que le tiraba piedras frecuentemente y la señora ya muy mayor reafirmando lo que ésta decía. Como el amigo la conocía y todos los demás vecinos también, nos adentramos en aquella casona grande para ayudarles a buscar el recién nacido. Se supuso en un momento que la madre del menor se lo había llevado ya que el padre era el que lo tenía debido a problemas que tenían en su relación de pareja. Así fue como fueron entrando personas desconocidas que querían saber qué era lo había sucedido. Una casa con muchas habitaciones con un patio que se parecía a aquellas fincas de antaño adonde un jardín que con su naturaleza nos recreaba y recordaba que proveníamos del entorno agrario. Y así los que nos fuimos acercando haber qué pasaba, quisimos ser participes en ayudarles a buscar el bebé. En medio de todos estos personajes un hombre jóven que recién se había bajado de una moto, quien resultó conversando con todos nosotros, nos indujo a que teníamos que rezar con él porque los duendes además de ser buenos no se robaban a los niños, y que por el contrario nos ayudaría a encontrarlo. Hizo que le lleváramos una vela para encenderla y comenzó a rezar mientras nosotros ibamos repitiendo la oración que iba diciendo. Así fué como resultamos detrás de él por todos los recovecos de aquella mansión deshabitada convencidos que lo hallaríamos. Llegó incluso a subirse por una escalera de madera al cielo raso de madera, mientras con la vela iluminaba la oscuridad que probablemente durante años debió reinar en ese aposento que la separaba del techo de tejas de ladrillo.
-Aquí está! Gritó la niña contenta.
La alegría en todos los rostros nos permitió creer en la bondad del sentimiento humano, y todos nos fuimos contentos convencidos que el rezandero era el que había permitido que el niño regresara al amor de la abuela. El recién nacido había permanecido en todo este tiempo oculto en un baul de madera que tenía algo de ropa sin que nadie hubiera supuesto que podría estar allí, y que incluso no llegó a llorar ni a axfisiarse como si hubiera sido un milagro. Solo cuando aquella niña lo abrió pudimos escuchar su llanto mientras la abuela compungida corrió a acogerlo en su regazo. Aquel hombre de la moto no se marchó hasta quedar convencido que el bebé había quedado en buenas manos. Unos pocos días después supimos que la niña había regresado al hogar de donde provenía, mientras la duda sobre el bebé y el duende, o una niña que seguramente pudo ser inducida por otro con ideas malsanas, debió rondar en las mentes de los que vivimos esta experiencia. En una ciudad pequeña adonde todo el mundo se conocía, con el tiempo se sabría que aquel personaje no era más que un agente secreto. Con Cuchumina(del cual ya hablé en un blog), éste nos comentaría que la niña seguramente tenía problemas de familia, y que con toda seguridad debía de haber sido inducida por otro, con otros fines. Era un detective que a pesar que seguramente la mayoría de los que estuvimos en aquel insuceso quedarían con la duda, entre la existencia de los duendes, o la locura de la niña que obligó al hijo de la señora a devolverla a sus progenitores, o la existencia de un personaje maquiavélico que seguramente le estaba haciendo el lavado de cerebro a ésta, o que le quería hacer daño a la familia del bebé. Así son las irrealidades de lo absurdo. Ahora yo creo otra cosa. Estando en Venezuela, después de más de 30 años de haber sucedido ésto, otras cosas sucederían en mi vida. Allí escribiría un cuento en crónicas policíacas sobre el recuerdo de aquella niña con otra historia. Así son las irrealidades, y así los absurdos de los que vengo diciendo.
El alzheimer. Una enfermedad que para todos nosotros nos parece que sean una de las que probablemente le pueden afectar a las personas mayores, o porque no ejercitaron durante su vida el intelecto, o porque los años nos desvastan las neuronas; pues son las únicas que nacen con nosotros, y jamás se vuelven a reproducir como las otras celulas de nuestro organismo. Entonces es un absurdo llegar a la mayoría de edad. En sociedades antiguas lo normal es que los mayores sean los protegidos por sus asociados; en nuestra sociedad algunos no tenemos derecho a vivir. Por aquí en estas tierras tan absurdas, hasta hacen sus trabajos muy acusociamente en donde ni les importa la vida ni el respeto que se merecen los mayores. Todo por el vil e invelecido billetico. O por cualquier otra cosa. Eso creo.
Pero bien, recién llegado al país adonde el petróleo era la panácea para que miles de personas llegaran a buscar el edén, lo mismo que los migrantes que buscaron en el horizonte a la estatua de la libertad, para una persona como es el caso de lo que me ha acontecido, sería una irrealidad o más bien uno de esos absurdos con los que uno se encuentra en la vida.
Mi mamá trabajaba con una periodista muy especial. Era una alta ejecutiva encargada de la publicidad del Universal en esos años. Y aunque todavía no tenía los papeles para andar libremente me creí el cuento de que posiblemente uno de mis escritos saldrían a la luz en ese prestigioso periódico. Y no. Más bien se parecía a una extraña maldición, pues algunos días más tarde, un artículo parecido al mío salió en uno de los tabloides de la cadena Capriles. Había sido plagiado en cierta medida. Es más, aquella ejecutiva ni siquiera tuvo en cuenta la generosidad que prodigó al recibir mi escrito. Claro que de esto no se trata. Un extraño lavado de cerebro en el que participaron familiares y otros personajes por cuenta de intereses económicos. Eso creo. Muy a pesar que una tía hermana de mi papá decía que me confundían. Un peluquero amigo al que conocí en aquellos años,que tenía su negocio detrás de lo que fue el TIA de la once, me decía lo mismo. Según creo, en los años de su juventud, lo fue para presidentes y personalidades importantes de la época. Me confundieron desde niño, y allí en este país también lo harían. Todo un pelotón de la guardia nacional, llegaría en el mismo instante en el que yo recibía mi primer empleo en ese país. Toda una serie de provocaciones se sucederían por parte de estos personajes que más bien parecían adiestrados para amedrentar a una persona que no conocían. Hace algunos años, una amiga que conocí en Ibagué, una amistad que duró muchos años, me diría que era que yo tal vez conocía a una persona importante. Esas son las maneras de engañar a los autistas. A mi se me hace un imposible que uno pareciera no solo ser enemigo del Estado, sino tambien el de unos bufones y su corte que durante muchos años han merodeado,cuando en realidad lo que puede existir es un legado de ignominia, en la que que éstos podrían tener sus intereses personales de por medio. Familiares con sus secretos. Son absurdos. Son tan irreales, que a cualquiera le daría risa, para que durante más de medio siglo no se hubieran cansado, y uno fuera como el reo de éstos. Reo paticular, claro. De los hijos, de los nietos, hasta los tataranietos de unas familias que se parecen a esas antiguas de abolengos irsutos pretendiendo acomodarse a este mundo agitado que vivimos con maneras felonas, y claro que hay que decirles que son de sangre azul. Incluso creo que hay que rendirles pleitesía. Ese es nuestro mundo. Y eso que Bogotá es una ciudad cosmopolita. En fin, en el conjunto residencial denominado "Los Corsarios", en Catía La Mar casi al segundo día de llegar a recibir el trabajo, aparecieron pisando duro como si fueran a hacer un allanamiento(algo que ya dije anteriormente), y así sin más ni más fui recibido en el país hermano. Hace muchísimos años, hasta traté de cambiarme el peluqueado sugestionado por lo que me decían. Sí, me confundían. Extrañas patrañas. Las irrealidades de los absurdos. Casi que llegué a creerme que yo era un delincuente político. Claro que muchas cosas han pasado, y uno termina comprendiendo el enredito de familia. Fueron largos 4 meses en las que si no se bañaban en la piscinas a altas horas de la noche, o hacían el amor con las amigas que traían, se ponían de ruana todo el reglamento establecido por los reglamentos internos que rigen a los condominios en aquel. No sin dejarme mensajitos. Ya fuera en los pasillos, pisoteando grotescamente con el barro o la humedad de las piscinas, y otras cosas que no son del caso comentar. De allí salí afortunadamente a otro con personajes más sutiles en el trato, pues además de ser uno más pequeño, sus dueños eran pilotos o afortunados comerciantes que a veces duraban mucho más de un año en aparecer de vacaciones.
Mi madre que ya había dejado de trabajar con la periodista ahora cuidaba a un enfermo de alzheimer. Una persona ya muy mayor que terminó por perder su control sobre sus esfinteres, su sentido de sociabilidad, y muhachas otras cosas que como seres humanos nos caracterizan. Solo fue entonces cuando creí que ahí tendría una historia para contar. Y así lo hice.
Sin embargo, cuando regresé de nuevo a Colombia, después que me siguieron sucediendo muchas cosas en mi vida hasta enloquecerme, pude comprobar en carne propia que este tipo de trabajos existe. Que tal que ud. le escondan lo que escribe. Que pida una cerveza pagándola adelantada y le digan que no. Que vaya a una tienda y compre algunas cosas , y no le den lo que pidió; cobrándole todo. Que vaya a una tienda como me sucedió en el Murillo Toro, e hiciera un mercado. Lo dejara guardado con el tendero mientras compraba otras cosas, y al regresar éste le dijeran que se lo habían robado. Qué lío. Que le hicieran creer que medio país lo perseguía durante años de años, de toda una vida. Que el grupo de amigos con los que anduvo siempre, hablaran de política, y bla bla, bla, y como se es autista, asustado y medio loco, comenzaran a fraguar bellaquerías pues como están acostumbarados a trabajar con el cerebro de los demás, y de esa manera su vida pareciera a esas irrealidades del arte, o un absurdo en el que no se tiene el derecho a vivir dignamente. Y como si fuera poco llega un momento en el que se termina loco. Sino lo dejan trabajar ud. termina andando como un bobo. Si lo amenazan en su propia casa, ud. . tiene que salir a despotricar sobre quienes lo hacen. Y la última, en su propia casa lo amenazan. Lo amedrantan. Seguro que además de ser un absurdo, es una irrealidad.
Pero bien. Ud. escribe y no sabe que sus familiares lo adoran tanto, que le hacen creer que lo están persiguiendo por lo que escribe. Y qué decir de los desconocidos que le van saliendo a perturbarlo. A amenazarlo. Felones. O sea que por el solo pensar, o escribir, ya uno es culpable por haberlo hecho.
Es más, el libro que escribí de crónica polcíacas es un libro que podría estar en el cesto de la basura, y posiblemente podría escribir uno mejor. En la TV he visto cosas mejores. He leído mejores libros. Pero ud. se la cree, y así se continúa fraguando un complot. De inteligencia. De brujos modernos jugando al destino de los demás. Felicitaciones.
Y claro que si me voy a investigar sobre el alzheimer, el alcoholismo, la esquizofrenia, uno se encuentra con tantas teorías que se termina por creer que sean verdades no tan ciertas. Hace muchos años se discutía sobre si el derecho era o no ciencia. Teorías que en cierta medida lo hacen dudar de muchos conceptos que tenemos. Es más.En esos tiempos hubo un tío al que confundía siempre con mi papá por su parecido. M i papá le vendió a éste un negocio, quedándole de dar una prima, que es lo comun en esos tratos tratos comerciales. Es decir un reconocimiento monetario por estar acretido con su propia clientela. Yo trabajé allí. Este nunca le pagaría. Pero a lo que voy, es a que a la vuelta de los años terminó con dicha enfermedad cuando yo todavía estaba convalesciente tomando una medicina que me hacía botar babaza por la boca, y que permanecía completaqmente atontado. Sedado. Con una extraña pesadez en el cerebro y un entumecimiento en los ojos que casi no los podía abrir. En estos mundos tan irreales y tan absurdos uno termina por creer que le provocaron el alzheimer al tío del que vengo hablando. A mi mamá le pasaría lo mismo. Le dianosticaron el alzheimer, sin ésta haberse leído ninguno de mis cuentos, y algunos años después que yo le dije que se me hacía raro, otro médico le dijo que eso era falso. Así duró algunos años tomando medicina para este mal, cuando en realidad eran problemas por edad. Ahora ya no tiene el tal alzheimer. Secretos. Unas familias de muchos secretos y muchas maneras de utilizar sus brujerías. Será verdad que las irrealidades de lo absurdo existen?
Lo mejor es que hablemos de abolengos.

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