De avalanchas y otras histortias de juventud

Hace poco hubo un temblor que tal vez ha sido el de los más fuertes de los últimos años, y el cual sentimos los que vivimos en Bogotá de tal manera que muchas edificaciones sufrieron fuertes daños en sus estructuras. Acababa de salir a la calle rumbo a la búsqueda de la sobrevivencia económica. Un día soleado y quemante con el cielo hermosamente azul. Afortunadamente y a pesar que durante todos estos años mis supuestos perseguidores, no habían descanzado de sus felaces artimañas para desbordarlo a uno de la realidad. Iba por el Bravo Paez. Un barrio como todos los que tiene Bogotá en donde además de haber comercio afluyen los peatones y vecinos por razones indistintas, pero que nos hace sentir que estamos en esta urbe por alguna circunstancia de la vida. Como que para la mayoría de los colombianos esta es la panacea. Iba como digo, pensando a dónde dirigirme; cuando el bullicio y el alboroto del desconcierto de los transeúntes y sus habitantes se abalanzaron a la calle asustados mientras yo sentí el remezón de la tierra al poner mis pies sobre ella mientras un breve mareo casi me hace perder el equilibrio. La superficie de la calle de cemento se onduló y onduló como si una serpiente hubiera pasado vertiginosamente dentro de ésta. En pleno centro de la calle en que estaba pude escuchar el vocinglerío de la gente que trataba de protegerse de este fuerte temblor mientras los cables de la energía en los postes se movían estruendosamente. Por primera vez en muchos años parecía que por fin podía sentir la realidad sin ningún desespero e incluso miré hacia todos los lados previendo que un carro pudiera venir hacia mí, alguna cuerda de la luz o cualquier otra cosa que me pudiera causar daño en lo personal. Después traté de contactar a mi familia para saber cómo estaban, pero este temblor había sido tan fuerte que muchas regiones del país quedaron incomunicadas telefónicamente. Claro que en medio de semejante situación, sentía mis pies puestos sobre la tierra, ya que hay otras avalanchas de tipo moral, de sugestiones impuestas por otros, en las que ni siquiera nos damos cuenta del mundo en que vivimos pues estamos absortos, muy distanciados de la realidad. Todavía recuerdo la avalancha que arrasó a Armero mientras yo disfrutaba en un café muy popular que existía detrás de lo que fue el TIA de la once con décima. No pude dormir. Todavía ni siquiera me había pasado una cuarta parte de toda una serie de avalanchas sicológicas que fueron minando mi conciencia, casi hasta desquiciarme. Y en éstas últimas no había sido la naturaleza sino toda una embestida de amigos y familiares que como la de los toros salvajes que ya han sido capoteados y que con sus mañas pueden acabar con el torero. Algo parecido a lo que le sucedió con Manolete en el ruedo. Qué ironía. Sólo después de muchos años, a la vuelta de la vida, uno termina comprendiendo muchas cosas. Aún así, aquella tragedia de Armero me impactó, pues igual que toda avalancha desconcertó a todo el mundo. Una verdadera tragedia que rememoraría algunos años después cuando anduviera en el río por donde pasó todo ese lodo caliente desde el fondo de la tierra, y uno si hubiera querido en aquel momento habría podido pasar sobre las piedras a la otra orilla sin mojarse.
Sí. Había regresado a Ibagué. En la casa que yo llamo embrujada me habían sucedido muchas cosas. El sueño que tuve de estudiar la profesión de Derecho en la univ. Libre se había esfumado. Había caído en los sinsabores supuestamente del alcoholismo y muchas cosas me sucederían. Cosas que con el tiempo uno termina por conocer la condición del ser humano. Tal vez, aunque no lo crea estamos expuestos no solo a las circunstancias de la vida como simple marionetas, sino que hay otros que conociendo los desequilibrios sicológicos de los demás terminan con aprovecharse de éstos para satisfacer sus apetitos personales aparentemente; aunque en realidad están actuando por cuenta de otros intereses. En su momento uno no lo entiende. Acaso uno para aprender a caminar no tiene que gatear primero?
Yo los llamo trabajos de sicología. Otros los llaman de brujos. En realidad son simples confabuladores que se aprovechan del miedo, de drogas sicóticas, enredos de familias y ardides filibusteros, y mediante trabajos de inteligencia logran su cometido. Casi, digo yo; al fin y al cabo uno termina por entenderles sus picardías, y como simples bufones todo su arte termina por descubrirse y desarticularse. Algo parecido a los presdigitadores que aparentemente son magos, y cuando uno a fuerza de sufrir sus infortunios, esos castillos se desmoronan y quedan en lo que son: Irrealidades superfluas, pues no son dioses. Desgraciadamente cuando el daño ya ha sido hecho, superarlo es difícil. Seguro que a ud. no lo han enloquecido. Muy pocos logramos superarlo y entenderlo.
Pero bien, había regresado a Ibagué y estaba en el río por donde había pasado la avalancha que destruyó a Armero. Todavía recuerdo a un amigo que era juez y que cuando sucedió la tragedia celebraba con sus amistades el final de un día de trabajo tal vez agitado, o de pronto no. Cómo saberlo. Lo último que se supo fue la de que un helicóptero de la fuerza aérea recogió a unos cuantos sobrevivientes , y éste se quedó con otros esperando para que lo rescataran en una pequeña isla rodeada de lodo y de azufre quemante. Cuando el helicóptero regresó ya no había nada que hacer. El lodo los había consumido. Yo me encontraba allí con un antiguo amigo del colegio San Simón haciendo una medición de tierras para un agricultor. Había regresado para salir rumbo a Venezuela después de agrios sinsabores, convencido que me perseguía medio país, cuando en realidad solamente eran enredos de familia en la que mediante artimañas y extraños personajes que aparentando ser amigos, mediante otros me iban desquiciando. El poder del dinero. Y claro que como se es un autista, qué fácil es enredarlo mediante ardides que le recuerdan a uno a La Celestina. Ardides en la que los que complotan realmente nunca muestran la cara, pero que a sabiendas que mediante el pretexto del alcohol utilizan sustancias sicóticas y otras maneras que se asemejan al teatro de las persecuciones en la que maniqueo de crápulas y toda una serie personajes siniestros tanto en su casa o en las calles logran el desequilibrio sicológico, y así se aprovechan. La mayoría de las veces estos instigadores utilizan a los mismos familiares.
Sí. Estaba con Rurico. Un amigo de juventud a quien le pusimos este apodo comparándolo con un prestigioso periodista que hubo en Ibagué. Después cuando fue concejal de un municipio, le decíamos el mirlo. Su mamá vivía en el Caracolí, una urbanización que está asentada sobre unas tierras que antes supuestamente pertenecieron en los tiempos de Santander al colegio que les dije.
Otra avalancha había sucedido entre tanto en los llanos orientales mucho antes de que se construyera el túnel y en la cual otro amigo sufrió el percance de su vida. Mientras se bajó de su carro a orinar al borde de la carretera, a éste con su familia se lo tragaría la tierra, y con ellos el cimiento de su estabilidad personal. No recuerdo si fue antes del de Armero o después. Lo concordante es que tanto en la primera como en la última siempre estuvo un hilo común. Unos amigos con los que compartí la mayor parte de mi vida y que con el tiempo terminé por comprender que estaban ante todo por cuenta de unos familiares. Seguramente algo se ganaron.Y claro que al que a mi me atañe directamente, tiene que ver con el de juventud cuando todavía estábamos con el amigo que les digo, en el colegio a donde nos conocimos hace muchos años. Y claro que estas lineas no se pueden comparar con "las vidas paralelas" de Plutarco, ya que sus historias en cierta medida han influido en nuestra cultura occidental, sino que el autor las alude solamente con el fin de contar cómo hubo y hay una extraña historia que en cierta manera se parece pero que se ha realizado contra una persona común y corriente durante casi toda vida. Nada de raro tiene entonces que Kakfa escribiera "El Proceso", o "La Metamorfosis" basado sobre situaciones que vivió. Una realidad en la que personajes con su argucias han tratado de desbordar de la realidad al que escribe. Si . Con el amigo en aquellos años después que la visita de Nixon a Colombia desencadenara toda una ola de protestas estudiantiles, iríamos por cuenta de otros jóvenes a participar en un encuentro de estudiantes en Medellín, y que sería el preludio para que en poco tiempo se organizara la federación de estudiantes de secundaria en nuestro país. Lo paradójico es que no eramos los llamados a ir. Los lideres naturales como dicen los políticos , nos dijeron que seríamos sus representantes. Dos muchachos que sabíamos más de ajedrez que de la historia del colegio o de los estudiantes en nuestra ciudad. Aún asi, un día antes de aquel encuentro por la noche, se decidió que nosotros representaríamos a esa masa amorfe de estudiantes que estaban descontentos. Dos muchachos del montón, digamos. Salimos casi al filo de la media noche. Un frío y una lluvia pertinaz nos acompañaría durante todo el viaje. Con los años que tengo, si quisiera mirar los periódicos parece que la naturaleza en aquellos parajes siempre ha ocasionado ruina y muertes en todos aquellos que se aventuran a viajar en esas condiciones; y en aquel momento parece que se presentaba muchos desbordamientos de los ríos y avalanchas de tierra en aquella carretera. Ya amaneciendo el chofer se vio obligado a parar en medio de la lluvia. Un buen rato estuvimos ahí trancados hasta cuando amaneció y nos permitió ver casi la culminación de una avalancha que desde lo alto de aquella montaña , piedras gigantes amenazaban con resbalarce mientras una infinidad de otras más pequeñas rodaban desde aquella cima majestuosa casi a cien metros de donde estábamos. La avalancha había sido tan fuerte que se había llevado consigo casi la mitad de la carretera en aquel trecho hasta el fondo del precipicio adonde el río Negro(Cauca ?) encrespado y tumultuoso avanzaba por aquel valle hasta su desembocadura. Así lo vi. No recuerdo si en aquella avalancha hubo carros que cayeron y muertes que lamentar. Aunque creo que sí. Habría que revisar los periódicos de esos años. El hecho es que esta avalancha había descuajado de la montaña árboles y toda la naturaleza vegetal y viviente hasta el fondo de aquel río caudaloso. Su estridar se podía distinguir claramente en medio del ensordecedor ruido de los guijarros que caían como si la lamentación de Dios estuviera arrojando piedras desde el firmamento, pues al fin y al cabo los muchachos que íbamos hacia Medellín era con el fin de compartir la problemática estudiantil y social de aquellos años . No había nada qué hacer. Ningún carro podía pasar de un lado para el otro. Aunque uno en esas circunstancias no mide el peligro que estuvimos, solo atinamos a que había que llegar a donde íbamos. Personalmente tuve temor y no sé si Rurico también. Pero pesaba más la conciencia de que si nos devolvíamos cómo podíamos explicar no haber llegado a la cita. De alguna manera los choferes de los buses acordaron que los que quisieran movilizarse lo podían hacer atravesando a pie aquella parte de la carretera en donde caían intermitentemente las piedras, para abordar otro bus de la misma empresa. Así lo hicimos con el amigo. Cual no fue nuestra sorpresa cuando nos dimos cuenta que no eramos los únicos que íbamos al mismo sitio. Para completar un retén de la policía que había antes de llegar nos obligo a parar después de semejante susto. No era para menos. Ibamos en varios buses de las mismas empresas rumbo a la ciudad de Deborah Arango, y de María Cano, y seguramente aquellos que organizaron aquel encuentro probablemente lo habían hecho en su honor. Uno entiende que las autoridades están para impedir el desorden. Yo por lo menos ni siquiera lo entendía. No sé si el amigo también. Unos miembros de una organización estatal que ayuda al Estado en estos percances de siniestros naturales y de desorden social le ayudaron a los agentes para que cada uno de nosotros presentáramos nuestros respectivos papeles de identificación mientras la algarabía de los jóvenes se confundía con la alegría de estar casi llegando a nuestro destino. Todos íbamos para el mismo sitio y nos habíamos encontrado en el mismo desastre natural. Unos más cerca. Otros menos. Después iríamos a la gran reunión de la cual el que escribe no tiene la más mínima intención de hablar , pues se trata de otra cosa. En medio de los más de mil estudiantes que íbamos, sólo al amigo y a mí, aquella persona de aquel organismo nos retuvo la tarjeta de identidad para que cuando regresaramos hacia Ibagué la ppudieramosos reclamar. Si. Cuando regresamos aunque Rurico insistió, yo preferí que nuestro viaje fuera directo a la ciudad musical de Colombia. Fue la primera vez de los muchos en que mis papeles de identidad se han trastocado o extraviado, y que a pesar de todo uno no sabía que los papeles de identidad a nadie se le pueden retener, y mucho menos en las manos de un particular. Hace algunos años cuando me enloquecieron, y yo me arrojé del segundo piso en el bienestar social del distrito ya que las voces amenazantes las escuchaba nitidamente como si fueran las de agentes estatales que me querían matar, y que claro que estaba completamente desquiciado mentalmente porque aquella hazana casi me cuesta la vida, ya que voces indistintas desde hacia mucho tiempo las estaba escuchando y yo creo que hasta el sonido de una mosca fácilmente la captaba aunque estaba finalizando un contrato de la colocación de rejas en el Lago Timiza adonde unos vivarachos colocaban rejas y rejas en los sitios y los lugares no previstos. Había sido drogado sin darme cuenta y durante muchos años por no decir que casi toda la vida había sido conejillo de indias. Antes cuando ya le había ayudado a una amiga a instalar unos aparatos electrónicos para espantar moscas y que con otros libros que leí unos años después pude comprobar que mediante frecuencias el ser humano puede escuchar voces reales en determinadas condiciones sicológicas, y mucho más cuando uno tiene varillas en la columna vertebral, aunque existen otras maneras de amedrentar. En medio del alboroto de los empleados y los visitantes cuando me fracturé la columna vertebral, yo seguí escuchando aquellas voces infernales y no sabía qué hacer. Un hermano medio vino a recogerme, y solo recuerdo que mi cédula éste la recogió del piso. Yo me fui hilarante en la parte trasera de aquella camioneta blanca mientras dos agentes motorizados nos seguían seguramente en prevención de que algo malo sucediera. Pero estaba agitado y asustado. Después en el hospital el médico de turno me aplicaría una inyección mientras yo oía aquel hermano cuando hablaba con mi papá , y sus voces retumbaban en mí cerebro. La cédula de identidad se extraviaría y cuando esto sucedió muchos años antes aquella amiga me había comentado sobre cómo un familiar suyo, un escritor, se había tenido que cambiar de nombre. Claro que los escritores se colocan seudónimos. Pero ella me lo dijo de tal manera que seguramente me pareció cierto, y mucho más cuando en Venezuela , un amigo de la familia me contó otra historia sobre su origen. Si seguramente debo ser otro, algo parecido a lo que conté cuando en la segunda guerra mundial en aquella actuación de Allan Delón se sube al vagón adonde los Alemanes llevaban a los judíos en su último viaje, siguiendo a quien le había usurpado su identidad, mientras todos ellos iban muriendo axfisiados. Eso creo que me sucedió con aquella avalancha. Ahora cuando existe el internet y el poder de la comunicación ya no está sólo en unas cuantas manos creo que como en las guerras, cuando unos son utilizados por sus jefes como carnes de cañón, nosotros ibamos casi a la muerte. Si no hubiera regresado a la casa embrujada, si no existiera el internet, si en mi cerebro no rememorara las circunstancias en las cuales he estado apunto de perecer no conjeturaría así. Asesinatos perfectos en la que se juega con la naturaleza con más del cincuenta por ciento de las probabilidades de que pueda suceder. Y así me ocurrió. Yo con el amigo iba en aquel bus iba en un viaje que pudo haber sido el último. Ahora somos paranoicos y pensamos diferentes. Todo cambia para bien o para mal.

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