CELADA QUASI MORTAL?

En el año que fuimos detenidos con el amigo del que venía hablando, frecuentemente iba a saludar a otros con los que estudiamos en Ibagué. Germán T. y Carlos M. La mamá del primero, doña Rosa, era una señora muy sugestionada. Pensaba en esa época que la iban a secuestrar o que la querían robar. Dos chapas macizas, con su correspondiente timbre de alarma la defendían de los delincuentes en su apartamento de la 45, muy cerca de la universidad Nacional. Allí se había instalado con su hijo, quien además tenía una hermana abogada de la univ. Externado de Colombia, y otro veterinario de la univ. del Tolima. Como toda madre, el hijo menor era el el más favorecido, pero para la época que yo estoy contando ella hacía poco había muerto en un accidente de tránsito cuando iban para Ibagué, con Germán conduciendo el Simca que era el carro más popular en esos años. Sufrieron un accidente. Ella se despertó en el hospital, y del susto se murió. Un infarto. Según entiendo, pues a mí me contaron siempre los amigos una extrañas historias, muy parecidas a las que por estos lados unos sinvergüenzas sin oficio me dicen cotidianamente. Me contaba el amigo, que su abuelo desde muchos años antes de morir en el Espinal, había mandado a hacer el ataúd, y durante años lo tuvo guardado para que sus familiares no tuvieran que ponerse con tantos problemas. En vida les dejó a ellos los bienes repartidos de tal manera que no hubo equivocaciones ni rencillas por parte de éstos, pues sin saber de números ni de leyes todo le salió bien hasta que sucedió lo esperado. Se murió de muerte natural, y muy mayor. En nada se parecen a las historias de los ladronzuelos de vidas que continuamente y disimuladamente le echan por aquí en tono sutil, casi que brabuconamente, y en tonos amenazantes. Son de mala sangre. Seguro que sus historias se parecen a las de los periódicos amarillistas que existen, y que con solo retorcerlos, la sangre de la tinta malosa se les escurre.
Sí. Estaba trabajando con mi papá en la cacharrería Amiga al frente de lo que fue el Teatro Ponce. Unas casas viejas que todavía se sostienen y son comerciales. Los amigos del cuento en diciembre se decidieron por irse de vacaciones para el Tolima, y me recomendaron que le diera vuelta al apartamento cada que pudiera, mientras éstos estaban de paseo. Así lo hice durante algunos días. Cuál no sería mi sorpresa cuando recibí una llamada de éstos desde el apartamento que les digo. Me llamaron ya casi cuando estaba listo para salir del trabajo. La noche anterior habían llegado un grupo de hombres y de manera rápida aquella puerta había sido abierta con taladros rápidos y utensilios al estilo de esas películas de suspenso que uno ve. No se demoraron nada. Habían esculcado todo. Sólo se habían llevado unos vajilla de plata que no representaban nada para semejante teatro; y sin embargo habían meticulosamente roto por debajo de las sillas de la sala y del comedor, como buscando alguna cosa. Extraño, verdad?
Yo vivía con una tía, hermana de mi papá, con Tragabalas y Orlando, en el barrio Trinidad. Estábamos muy jóvenes. Cerca vivía Miguel A. un amigo que manejaba un camión de cerveza, a quien coincidencialmente me lo encontré una vez, durante una semana en que quedó solo el apartamento y como allá mí papá tenía un garaje que lo había convertido en depósito de mercancías del negocio, tuve que quedarme cuidándolo unas semanas. Fue en aquel año cuando nos detuvieron con el amigo en dicho organismo detectivesco. Parece, y es una costumbre de los comerciantes probar a sus empleados, a pesar de que era el hijo del dueño. Pedrin en una de esas ocasiones, me había mandado a consignar una plata de las ventas del día, y por mera casualidad, sobraba plata de la consignación. Estratagemas. Pretextos. Con el tiempo lo entendí. Tomándonos unos aguardientes me lo demostraría. Bailoteó y pisoteó sobre un saco que yo tenía y me lo habìa quitado por el calor que hacía en aquel recinto festivo, a manera de provocación en la que después terminé regresando a Ibagué, para vincularme al magisterio. Fueron unos pocos años en los que no volví a tratar con ninguno de ellos, pero el amigo que les cuento también aparecería en Ibagué. Su historia era muy simple. Le habían dado su libreta militar porque no se lo aguantaron en la marina. Sin embargo me contó algunos secretos que él sabía. En Panamá, los empleados del Canal nunca podían disfrutar de sus pensiones porque siempre se morían jóvenes, muy parecido a los cuentos que durante estos años me han echado por aquí. Saben que soy muy conocido. Yo creo que más que cualquier vulgar delincuente. No sé. Eso pienso. Pues bien, cuando los amigos me llaman, me dicen en secreto que las puertas habían quedado abiertas de par en par en cuestión de pocos minutos, y que se habían marchado. Los vecinos asustados, que tenían los teléfonos de dichos amigos los habían llamado, y al único, al que ellos suponían que podían vislumbrar, como si fuera el causante de semejante persecución era yo. Que ociosidad, y falta de oficio. Así ha sido siempre. Con el tiempo yo he terminado por pensar otras cosas. Sin embargo tuvieron que pasar muchas cosas durante todos estos años para haberme formado una idea. Es que no puede decirse, como me decía una señora amiga de la tía hermana de mi papá, que me confundían con alguien. Más bien que ha sido todo un trabajo instigado por familiares y de otros que de alguna manera algo saben. Pero no de mí. De algún nudo gordiano como si existiera algún legado en la que además de enredos de familias, también lo eran policíacos. Eso creo. Así somos los paranoicos.Yo, ya era empleado del magisterio en Tolima, y los amigos eran más numerosos. Semanalmente viajaba hacia Prado. En una de esas tantas ocasiones que lo hice, casi que hubo un accidente mortal. En Picaleña, en la carretera por donde pasaba el tren, la señal que se utilizaba en estos casos para advertir a los motoristas de que no podían pasar no se había utilizado, y casi nos estrellamos en el bus que íbamos con el conjunto de vagones. Yo iba todo trasnochado muy de madrugada pues habíamos estado de farra con el amigo que antes dije, y un tal Cuchumina que disfrutaba pagándolas. Claro que todavía mi pensamiento no estaba tan trastornado como ahora. Si no hubiera regresado a la casa embrujada, y durante todos estos años, seguimientos supuestos, y provocaciones después que me enloquecieron , no lo pensaría así. En ese año en un fin de semana regresaría de visita a donde la tía, y de paso iría a donde los amigos después que había muerto doña Rosa. Quería ser abogado e informarme sobre la universidad Libre. Carlos M. estudiaba allí, tras haber renunciado a la carrera de economía en la universidad Nacional debido al trabajo que le había salido en una ferretería. Aún así, ya estaba a punto de culminar sus estudios de derecho.
Con Germán y éste , iríamos a una fiesta que una compañera suya hacía en el barrio Veinte de Julio en celebración de su carrera de derecho en la univ. Libre. Carlos se había retrasado un año.
Era tarde de la noche. Una fiesta de esas hartas adonde uno vá con la convicción de que no se va a estar bien. A mí siempre me interesaban temas de cultura y otras cosas muy ajenas al agape que estos realizaban. Era tal vez por una carrera en un segundo piso, en medio de los cerros orientales adonde comienza o termina la numeración este de Bogotá. Una zona de por si fría y en esos años en que la neblina nos era muy familiar. Cuando íbamos en el carro Simca sobre la avenida 27 sur y al dar la vuelta para coger la séptima obligatoriamente teníamos que parar por si algún otro conductor se atravesaba en el camino en esas calles desoladas. En el sitio en el que todavía está la plaza de mercado y en la que al lado derecho de esta calle antes de llegar a ella hay una especie de barranco. En medio de esa oscuridad, porque todavía no existía todo el alumbrado que hoy existe, vimos como desde el barranco, al parar Germán, nos salieron todo grupo de personas de hombres y mujeres como si hubieran salido de otra fiesta, gritándonos y pidiendo que les ayudaramos. Pero no había ningún herido. Sucedió en cuestión de segundos. Hubo uno que se abalanzó hacia el conductor mientras los demás se nos vinieron a rodearnos. No había ningún herido ni nada que se pareciera a una situación que sugiriera que en realidad necesitaban de alguna ayuda por parte nuestra. No sé cual de los dos gritó que subieramos los vidrios mientras el que se abalanzó hacia el lado del chofer alcanzó a meter la punta de su mano en el poco espacio abierto que dejó el vidrio. Pero ya el carro estaba en marcha y a pesar que se nos abalanzaron en frente de éste, la velocidad de la aceleración nos despejó el camino hacia el centro de la ciudad. Una noche de susto que no pasó a más. Unos años después regresaría a trabajar con mí papá después que muchas cosas me sucedieron en la casa embrujada. Verdad que estoy loco? Eso dicen los que me distinguen. Aquella muchacha durante muchos años no dejaría de mirarme cada que me la encontraba, así yo pasara muy lejos de ésta. Trabajaba según entiendo en el Banco de Comercio adonde una hermana de unos supuestos amigos Tolimenses tambien lo hacía. Un tío de estos últimos tuvo una peluquería durante casi medio siglo detrás de lo que fué el TIA de la once con décima, adonde también funcionaron unos juzgados de aduanas. Solo a través de los años, y cuando por aquí unos vecinos me miran como si les debiera algo, entendería. Si es que lo entiendo. Una noche después de salir de la cacharrería mi papá llevó a una empleada manizalita que tenía en el almacén a su casa. Creo que allá en esa región de Colombia tuvo una especie de granero y de venta de cerveza cuando estuvo jóven. Y claro que son historias sin trascendencias pero para mí con los años despues de estos amargos sinsabores, me ponen a pensar. Era la misma casa y presumiblemente el mismo apartamento adonde estuvimos con los amigos antes que nos sucediera aquel extraño percance. Por lo menos así lo parece a la vuelta de los años. Para mí, para mi papá mejor, pasó inadvertido. Es sugestivo, y de pensar ahora que lo escribo, porque me dió la impresión que él no lo sabía. Rodri, uno que tiene una droguería y que según me dijo es Químico de la Univ. Nacional y fué cliente suyo toda la vida, me contó que aunque mi papá trató de ayudarme la familia no lo quiso. Extraño. Muy extraño. Claro que otras cosas si me ocurrirían, pero sé que éste si lo sabía. Historias. Historias. No son más que las puras elucubraciones de un autista. Solo me consuela el saber que está leyendo este blog paranoico.

Comments

Catherine gomez said…
no creo que estes loco
pero lo que si creo
es que la vida nos pone
trampas y habeces nos juega
sucio
Anonymous said…
Good words.

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